sábado, 21 de agosto de 2010

loreto borau

loreto borau

jueves, 12 de agosto de 2010

Como matar el tiempo con lo que nos queda en el bolsillo.

>Trato de recordar las cosas de los otros, los ajenos a mí que pudieron conmover el bloque que me sostiene. Recuerdo cada minuto lo que merece esta página, como el día en que mi abuela me enseñó a encontrar la “sinpepa” o el otro en que mi abuelo me pidió que le enseñe a atarse los cordones como si tuviera 5. La mirada de sus zarcos ojos, comprendí el destino y la muerte lenta.
No me importa hacer una díscola enumeración de hechos, mi vida no es mas que eso. Tal vez algún día entienda la conexión que subyace en todo mi todo y, valientemente, acepte un guión más o menos coherente de “my stupid Little life”

Hoy me alcanza saber del amor reflejado y los destinos cruzados, entremezclados, esa mínima conciencia espacial de la telaraña del universo. Ahora pienso en el té en hebras, el amor con un amor reencontrado. Sus manos fuertes y su piel envejecida, el amor más sabio en todo su egoísmo de hombre libre. Pienso: ¿yo soy asi? Y… sí. Soy los sabores en un todo inespecífico que define un animal humano, hembra hoy.

Una lista de gustos y disgustos. Los rechazos y los alcances: extra-límites de la tela y su pintora.

Palabras y gestos amalgamados, promiscuos en su heterogénea clasificación. Leves pero filosas miradas. Histerias profundas, risas histéricas, sonidos, ruidos. Fiestas nobles y borracheras paganas. Amigos y besos, mis tentáculos extendidos. Manos que dibujan mi cuerpo más hermoso, más brillante de lo que recordaba. Pequeñez en los abandonos, culpa y miedo de vivir sola. Amor a la soledad y horas perdidas dentro de mi propia piel agujereando los paños del día, como un tamiz del universo y del tiempo derrochado tristemente, solitariamente. Mis días en soledad incierta, el dolor, el encierro.

Los recuerdos de los paisajes y todas sus expresiones sensoriales. La claustrofobia clorofílica de la selva y sus ruidos penetrantes. Ánima liberada. La humedad higiénica, la luz prístina colada entre la canopea verde. La selva es una fiesta si no indagas profundo. De ahí me queda el temor a las avispas, la lengua con agujitas microscópicas de sílice, el olor animal, mi olor animal. Me quedan barro y risas. Colores, sabores, mas colores, salud y oxígeno. La selva en el llano, la selva en la montaña, la turística, la salvaje y yo.

La geografía del frio, la montaña, la desesperación, la impotencia, lo fuerte de lo inmenso, sinfín de ondulaciones y alturas. Hipoxia. Amor de manos frías, narices de pichicho, mantas en el pasto seco. Amor x 3, todas las veces. Viento, chimenea, mandarinas, besos con sabor a otoño en Mendoza. Colores acicalados, arreglados para el pintor telúrico, olor acre, color ocre de las hojas ruidosas, obedientes al ritmo del pisotón y al vuelo de la ráfaga. Amarillo.

Los ojos del amante, el azul mas azul y claro que nunca vi. Rollercoaster, la gracia y el espanto de estar enamorada para siempre, sin encontrar la llave de la puerta al mundo del otro. ¿Será un abismo abierto en mi costado que no podré cerrar ni cuando muera?

Las sierras al borde del mar, otras sierras en Castilla. Las antenas despiertas en la adrenalina del viaje a Europa. Sus arquitecturas calmas y sus personas vagando en ese suelo tan pisoteado.

Infancia. La hermana niña, la fragilidad de estas hermanas y el desconcierto que nos rodeaba.

La risa de mi hermano y sus ojos. Su mirada de pícaro en mi sangre y su mirada de vacío y desesperación en la camilla del hospital. La historia más real de soledades y temores empezó el 9 de junio ‘09. Un puñal, un dolor. La vida de otro y mi vida tan enlazadas. Si escribiera lo que escribo en tono de novela, esa que nos conduce obedientes a transitarla: inicio, nudo y desenlace, sería un asqueroso culebrón venezolano. Más digno de tener millones de espectadores que premios por su originalidad. Un culebrón con colas de diablos y maldiciones familiares.

Olores de maternidad una vez superada la tensión de la más primera de las veces. La belleza de mi hija y la plenitud atávica de ser-humana. Setecientos millones de imágenes de esos cuerpitos amables creciendo día a día. Mis hijas son la afirmación de la vida sobre todos los desconciertos que yo pueda tener y los que la muerte me pueda asestar.